"Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños."

domingo, 29 de junio de 2014

Dos cuentos, un tema: calor.


"En esta ciudad hace demasiado calor, un calor pesado, húmedo, de una violencia aletargada pero incisiva que ocupa todos los espacios como una gigantesca alimaña muerta y en descomposición."

Así comienza Fedosy Santaella su cuento, Demasiado calor. La historia está en primera persona, donde un hombre casado narra su rutina, entre trabajo y casa, tan agobiante como el calor que describe al inicio. Es una historia bastante urbana, la mayor parte de las acciones ocurren en un edificio de apartamentos.

Por otro lado, La insolación, de Horacio Quiroga, es un cuento más rural, ocurre en campos algodonales, al aire libre. Otra diferencia notable es que el autor pasa al plano fantástico. Lo vemos así con la personificación de los perros de la granja, que son los ojos del lector durante el relato. No obstante, la historia no trata de ellos, el personaje principal es el la muerte, que en este caso está representada por el sol.

En el cuento de Santaella, el personaje principal descubre, gracias a un acuerdo que tenía con su esposa sobre no usar el calentador de agua, que ella le es infiel. Este descubrimiento, unido a la desesperación del calor es lo que hace que la apuñale sin pensarlo mucho. El calor actúa como un detonante. Mientras que en La insolación, el calor es un asesino, que poco a poco se va haciendo con víctimas, hasta alcanzar a Mr. Jones, el patrón de los perros.

Estos dos cuentos, que no podrían ser más distintos, nos muestran dos versiones de un mismo tema, la muerte, en este caso, causada por el calor.

Los cuentos se pueden leer en los siguientes links.



La mirada de la gente que conspira





_______Hacer historias que valgan la pena cuesta más que la tinta y hoja gastada. Si no pierdes una parte tuya en el proceso, si no sientes que arriesgaste el pellejo, lo que haces no es periodismo.

           Estas fueron las primeras palabras que le dijo Augusto Bracho cuando le ofreció el trabajo. La revista que llevaba Augusto era de las mejores del país y para Moisés era aun privilegio formar parte de la redacción.

            Esa tarde Augusto lucía inquieto, más de lo normal. Tenían toda la semana yendo a varios puntos del puerto. Esta vez se vieron el el puente d'Eduard Maristany. Tenía una excelente vista al Besós, donde se decía que ocultaban la carga de los busques llegados de Montpellier. Moisés sabía que allí estaba su historia. Había hablado con el comisario Moliniére y por lo reacio de que estaba, sabía que los containers perdidos ocultaban algo podrido, incluso dentro de la policía.

              Augusto de acomodaba el sombrero y se despeinaba el bigote.

¿Qué hacemos ahora? Acá no hay nada, deberíamos bajar al muelle sugirió Moisés, aburrido.
¡Esperar! Y mantenernos con los ojos abiertos. Generalmente el error lo comete el que desespera primero así que de aquí no nos movemos bramó, mientras el bigote temblaba con cada palabra.

          Moisés, un tanto molesto, se fue a espiar por los bordes del puente mientras Augusto Bracho no dejaba de mirar de un extremo a otro. Por el lado norte del puente caminaban dos policías que parecían estar en su hora de descanso. Se acercaron e intercambiaron una mirada con Augusto. Moisés se levantó el gorro para saludarlos. Siente un golpe en la rodilla.

          Sin darse cuenta cómo, está en el piso, la madera presionada sobre su rostro y con un frío metálico sobre la sien. Alcanza ver la cara de Augusto, que desvía la vista, mientras se acomoda el sombrero y se peina el bigote.

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domingo, 16 de octubre de 2011

Post Mortem


lacsa

Hace muchos años hice un curso en un sitio donde abundaba neblina. Las personas con las estudiaba decían por las noches que cuando la neblina nos cubría y no se veía nada afuera, era porque estábamos muertos.
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Estábamos yendo a Caracas, la ciudad más aburrida y sola del mundo. Llevábamos cerca de una hora volando. En ese momento jamás habría pensado que era posible volver a San José. Lo deseaba, claro, pero era sólo eso, un deseo.
Cuando las ventanillas se cubrieron de nubes (que para efectos de la situación hacían las veces de neblina) y el piloto anunció que por una falla del sistema regresaríamos a San José, estaba segura; había muerto.
Todo lo que pasó después, el aterrizaje forzoso, los bomberos, encontrar en el aeropuerto a personas de las que me había despedido con la certeza de no volver a verlos y despedirnos una vez más, nada de eso sucedió realmente.

lunes, 20 de junio de 2011

Cuatro años no es nada para una vida, pero es un quinto de la mía. En cuatro años, entre conversaciones vacías fuimos cosechando grietas, de esas que no reparan ni las 200 horas juntos en carretera. Y ya no es domingo, porque somos así, vamos un paso atrás en el tiempo. Tenemos las mismas manías y mismo desprecio a las injusticias. Hoy las diferencias nos unen y a pesar de los huecos y el tiempo perdido, puedo decir "te quiero, papá".