Hace muchos años hice un curso en un sitio donde abundaba neblina. Las personas con las estudiaba decían por las noches que cuando la neblina nos cubría y no se veía nada afuera, era porque estábamos muertos.
--
Estábamos yendo a Caracas, la ciudad más aburrida y sola del mundo. Llevábamos cerca de una hora volando. En ese momento jamás habría pensado que era posible volver a San José. Lo deseaba, claro, pero era sólo eso, un deseo.
Cuando las ventanillas se cubrieron de nubes (que para efectos de la situación hacían las veces de neblina) y el piloto anunció que por una falla del sistema regresaríamos a San José, estaba segura; había muerto.
Todo lo que pasó después, el aterrizaje forzoso, los bomberos, encontrar en el aeropuerto a personas de las que me había despedido con la certeza de no volver a verlos y despedirnos una vez más, nada de eso sucedió realmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario