"Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños."

sábado, 16 de octubre de 2010

Un viaje a Islandia

Julián se fue un martes. Lo recuerdo porque ese era el único día de la semana, además del domingo, que tenía libre. También recuerdo que ningún feriado de ese año cayó lunes, al menos ninguno en que yo pudiera tomarme el día, aunque eso nunca fue un impedimento para no hacerlo.

La primera vez que vi a Julián fue casi por casualidad, en una clase que decidí invadir porque el calor afuera se estaba tornando asfixiante y esa sala donde se desarrollaba era una de las pocas que gozaba del privilegio de tener aire acondicionado. Él leyó un poema de Ramos Sucre que me gustó mucho y pensé a acercarme para decírselo, pero decidí esperar al final de la clase. Al terminar, él ya se había ido.

Lo volví a ver varios días después, revisaba un periódico sin mucho entusiasmo, sentado al lado de Susana, una amiga con quien años atrás había compartido piso, zarcillos y novio; pero eso había quedado enterrado en otra época y ahora volvíamos a tratarnos con cariño. Me acerqué a saludarla, estaba leyendo unos verbos en francés y Julián corregía su pronunciación. Susana nos presentó, intercambiamos nombres y nos dimos un apretón de manos fuerte, como compitiendo a ver quién se soltaba primero. Susana nos tenía que dejar para presentar su prueba de francés, le deseamos suerte y nos quedamos en un silencio que sólo existía entre el espacio que nos separaba. Después de casi un minuto que cualquiera menos nosotros habría reportado como incómodo, comenzamos a hablar. Yo olvidé el poema y a Ramos Sucre, pero a cambio lo escuché hablar de su trabajo, hacía traducciones porque pagaban muy bien y de vez en cuando escribía alguna crónica para un diario local. No estudiaba en la universidad, uno que otro acuerdo con algún profesor y entraba a varias clases que le interesaran o que de verdad valieran la pena. Estaba en contra de que un papel le dijera qué hacer con su vida.

Días atrás tuvo una discusión con la señora que le rentaba un cuarto y había terminado metiendo todo en una maleta y dos cajas, pidió un taxi y se fue a casa de Gustavo. Gustavo es uno de esos amigos que sabes que no sirven para nada hasta que un buen día llegas a la puerta de su casa con una maleta y dos cajas y él sólo te pregunta si tienes cigarros mientras te hace pasar. Así me lo contó Julián.

Pasaron varias semanas, nos encontrábamos siempre como par de intrusos en la clase aquella donde lo vi por primera vez, él entraba porque le interesaba mucho, yo porque comenzaba a interesarme. Un viernes coincidimos en una reunión en Santa Mónica en la casa de un desconocido en común. Poco recuerdo de esa noche, sé que al día siguiente tuve un afortunado aterrizaje en mi cama y que hubo un momento, mientras esperaba el refill de mi bebida en el que le ofrecí a Julián que se fuera a vivir a mi apartamento.

El lunes al vernos en la universidad me preguntó si mi oferta era producto del alcohol. El domingo había estado pensado en ello, se lo conté a Oscar, el tipo con quien llevaba meses saliendo pero que no me atrevía a ponerle el calificativo de novio. No le hizo mucha gracia la idea, pero no se trataba de lo que le pareciera mejor a él, me hacía falta el dinero y me sobraba espacio. Fui honesta con Julián y le dije que sin los tragos encima no le habría propuesto eso, pero que la idea no era descabellada, así que si quería podía alquilarle el cuarto.

A la mañana siguiente llegó con una maleta y dos cajas, las mismas con las que había llegado a la casa de aquel buen amigo Gustavo. Pasamos todo el día limpiando polvo acumulado y acomodando libros. Al finalizar brindamos por nuestra nueva condición de compañeros de piso con unas cervezas que guardaba en la nevera.

Al principio Oscar se sentía incómodo sabiendo que estaba ahí, cruzando el pasillo, como si estuviese violada nuestra intimidad, pero con el tiempo logró superarlo. La única regla que yo tenía para Julián era que si invitaba a alguien a quedarse a dormir, no podía hacerlo por más de dos noches seguidas. Sin embargo, nunca llevó a nadie, no sé si por respeto, vergüenza o esa misma invasión de intimidad que solía sentir Oscar.

Vivir con Julián era sencillo, no hacía ruido y en comparación con mi incapacidad de dejar las cosas en su sitio, él era ordenado. Tuvimos nuestras diferencias musicales, él era hijo del folk, yo me iba por lo rockabilly. Un día encontramos nuestro equilibrio en la salsa brava, yo la escuchaba por costumbres de familia y él por devoción.



Desde que lo conocí estaba escribiendo una novela, le pregunté de qué iba y me dijo que era la vida de un hombre aburrido. En principio la idea era matarlo, pero que a medida que lo fue conociendo se enamoró de él y se convirtió en una historia maldita. Cosas como esa hacía que me sintiera lejana al mundo que Julián vivía, yo nunca podría enamorarme de un personaje de ficción. También tenía una obsesión con Islandia, me contó que después de leer un poema de Montejo se dio cuenta que se sentía exactamente igual y que ese era el sitio al que él pertenecía. Yo también tenía conflictos con nuestra idiosincrasia, pero Islandia era una idea absurda, algo que pertenecía a un poema y nada más.


Cada vez que peleaba con Oscar, Julián lo adivinaba en mis ojos. Siempre hacía cotufas y me tocaba la puerta, se sentaba en el borde de mi cama y dejaba que la música se colara por el pasillo. Odiaba las cotufas, pero me gustaba tenerlo cerca.

Un día lo encontré llorando, la única vez que lo he visto llorar. Cuando le pregunté el motivo me dijo que lo había matado. Terminó su novela, mató al personaje. Al cabo de tres días yo la leí, lloré como nunca. Yo también me había enamorado del tipo aburrido.

Un viernes lo invité a la cinemateca, estaban pasando una de mis películas favoritas y Oscar tenía trabajo a esa hora. Me pidió que me sentara. Me dijo que ya no podía pasar más tiempo aquí, que me quería, pero no lograría llegar a donde quería llegar al menos que se fuera a otra parte. No volví a verlo durante todo el fin de semana, tampoco quería hacerlo. El lunes me esperó afuera de mi salón y me dijo que no había encontrado quien se llevara sus libros, pero ya alguien los pasaría buscando. Me dio sus llaves del apartamento que inmediatamente dejaron de serlo y me besó en la frente mientras sujetaba mis mejillas.

Hace cinco meses que se fue, aún lo extraño. No sé dónde estará, sólo espero que cualquiera que sea el lugar, la esté pasando mal, que se dé cuenta que fue un error haberse ido.

Sigo esperando que alguien pase por sus libros.

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